A veces cuando te abandonas totalmente a la serenidad de tu mundo interior, tu mente va más allá de los confines establecidos por tu ego, tus perfiles se desdibujan y te adentras en aquello que despierta en ti la grandeza. Así fue durante esa excepcional meditación de la mañana, en la que, sin pretenderlo, observe ante mí un águila majestuosa que reposaba sobre un peñasco en lo más alto de una impresionante montaña, un sol radiante iluminaba la profunda cañada y el valle que se divisaban desde las montañas.
De pronto, me vi inmersa en esa inesperada vivencia. Percibí como mi cuerpo y todo mi ser se acoplaban en el interior del águila, desde ese preciso instante ya no éramos dos, ahora yo era el águila y experimentaba sus sensaciones y sus emociones. Podía ver a través de sus ojos y sentir el suave viento de la mañana acariciando mis plumas. Noté como mis brazos se extendían dentro de sus alas fuertes e inmensas, y como mis dedos se convertían en plumas blancas, y se movían ligeros preparándose para el vuelo.
Una extraña sensación se apoderó de mí, al sentir que el poderoso águila ahora era yo. De inmediato me invadió una mezcla de temor y coraje, que estremeció mi interior ante el reto de volar de nuevo, tras un doloroso renacer. Atrás quedaban los días de transformación de un cuerpo viejo, un tiempo de sufrimiento para arrancar el pico, las garras y las plumas que me impedían volar.
Miré hacia el horizonte iluminado por la luz del sol, busqué el equilibrio en mi centro, abrí las alas, cogí impulso y me lancé al vacío con la confianza en mi poder para volar de nuevo, pero más alto, con más pasión, porque había renacido. Y surqué el aire delicadamente, elevándome sobre las montañas, luego descendí sobre la cañada, seguí la ruta del rio que la atravesaba, y toqué con suavidad la copa de los árboles antes de volver a mi hogar en la cima más escarpada.
Fue una experiencia extraordinaria, que me lleno de fortaleza y me hizo comprender que, cada ser humano si quiere trascender el ego que le limita, si quiere evolucionar, ha de recorrer el camino de la transformación, casi siempre doloroso, como lo hace el águila, solo así podrá renacer.
Y supe que habría de tomar conciencia de las limitaciones, que durante mucho tiempo me impusieron mis creencias, impidiéndome extender mis alas para elevarme más allá de mis límites. Comprendí que nuestro mayor lastre son los pensamientos limitadores, los prejuicios, los diálogos internos que nos imposibilitan, así como las emociones más densas, que nos hacen transitar por el mundo de la ira o del miedo, los que nos dificultan también el camino del progreso y de la evolución.
Como la misma naturaleza nos enseña, todo cambio profundo nos conduce por las noches oscuras del alma, en las que como yo misma viví, el dolor te lacera, hasta que la Luz más sagrada ilumina los recovecos de tu mente y de tu alma, te sana amorosamente y te despierta a una conciencia mayor; entonces recuperas tu poder personal y descubres el verdadero sentido de tu vida.
Tal vez ahora, que estamos iniciando como sociedad un sendero que apunta hacia una nueva tierra, seamos capaces de descubrir en nuestro interior la esencia del verdadero ser que somos cada uno de nosotros. Puede que esa iluminación personal permita la expresión de un renacimiento colectivo.
Ha llegado el momento de salir de la vieja realidad, que nos separa de nosotros mismos y de los demás. Es posible que demos forma a una nueva manera de vivir desde el amor, con compasión, experimentando el sentido de unicidad que nos hermana, que nos muestra que no estamos separados, que nunca lo estuvimos, y que solo juntos podremos ascender a una vibración mucho más elevada y luminosa, que nos conduzca a vivir en un mundo de plenitud y abundancia.
Un abrazo
Sara